Vías de escape
- Sandra J.M
- 10 nov 2022
- 1 Min. de lectura
El frío calaba esa tarde hasta los huesos de la mandíbula. El viento despeinaba el pelo de todo aquel que intentaba enfrentarse a él. El tren hacía un sonido como de asfixia al descansar sobre las vías de la última parada. Era el mediodía de un jueves de diciembre y el sol estaba fuera, pero se podía sentir como el gélido ambiente atravesaba las capas de mullida ropa de invierno.
Un chico caminaba mientras en sus oídos sonaba a través de unos pequeños auriculares una melodía suave, triste y melancólica. Esa canción no le gustaba aunque tampoco la odiaba. No podía hacerlo. Era como una droga, una toxina que se suministraba para sentirse bien, olvidar el dolor que una relación marchita le dejó hacía tiempo atrás.
Pero el destino es caprichoso, o quizás solo nos hace creer que está contra nosotros y en realidad es simplemente la vida misma. El chico levantó la cabeza al reconocer una risa. Una que le llenaba las mejillas de sangre y le sacaba un rubor casi siempre imposible en sus pálidas mejillas.
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