El calendario rasgado
- Sandra J.M
- 6 ago
- 2 Min. de lectura
Quedaban solo unos días. El calendario, implacable, tachaba las horas como si le urgiera llegar al final. Ella miraba cada día con una mezcla de ansiedad, tristeza y amor contenido.
Lo sabía: a finales de agosto él se marcharía. Una nueva etapa. Y ella se quedaría con el hueco de su risa y la sombra de su olor. Pero no era solo el adiós lo que dolía. Era el conflicto.
Los padres, antes refugio, se habían convertido en un campo minado. Cada encuentro con ellos era tensión, cada palabra sobre él, una chispa. Y ella, en medio. Haciendo equilibrios imposibles entre lo que siente y lo que esperan de ella. Queriendo disfrutar, querer sin culpa, vivir este último tramo con ternura… y topándose con reproches, con la incomprensión que huele a juicio.
Dentro, una batalla: el apego ansioso la empujaba a aferrarse, a temer la distancia, a imaginar escenarios que aún no han pasado pero ya duelen. Y a la vez, un susurro profundo: quiero dejar de sufrir así, quiero soltar. Como si algo dentro de ella pidiera una tregua. No por él, ni por los padres. Por ella. Por la paz que tanto anhela y apenas roza.
Cada noche, al cerrar los ojos, deseaba una sola cosa: que el amor no doliera. Que el adiós no se sintiera como un abandono. Que su corazón pudiera sostener la despedida sin romperse. Quería vivir lo que quedaba sin reproches, sin culpa, sin miedo.
Sabía que no sería fácil. Pero también sabía que este momento sería un punto de inflexión. Porque por primera vez empezaba a ver algo con claridad: que su bienestar no podía depender del caos que la rodeaba. Que merecía aprender a amarse sin necesitar validación, a sostener su corazón sin exigir que otros lo hicieran por ella.
El reloj seguía avanzando, pero ella ya no se sentía tan arrastrada por él. Estaba empezando a andar despacio. Con miedo, sí. Pero también con una nueva fuerza. Una que nacía del cansancio… y del deseo profundo de sanar.
Comentarios