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Diario de un sátiro

  • Foto del escritor: Sandra J.M
    Sandra J.M
  • 20 may 2020
  • 1 Min. de lectura

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Ahí yacía tu cuerpo inerte, aún caliente, piel suave y blanca que se tornaba gris con el paso de los minutos por culpa del velo de la muerte, el sello de la Parca.

Tus labios carmesí, como los hilos de sangre que recorrían tu frágil cuello, estaban con media sonrisa escondida en la comisura.


Tu vientre abultado, el hogar de un hijo inexistente, caía al suelo contigo.

Amada, mi amada, la muerte se llevó tu belleza contigo. Solo quedó el recuerdo de lo que una vez fuiste. Lo siento, amada mía. Por mi culpa, por mi torpe mano, tu muerte prematura llegó a nuestros ojos. Inevitable destino el mío, que te perdí por mi mala saña cazando. Buscando el mismo alimento que te daba vida, mi amada, yo sin pretenderlo te la quité de lleno.


Creerás que te miento en esta carta que nunca leerás, pero por eso mismo, que nunca más te podré besar, me sincero con estas palabras para disculparme ante tu alma. Amada, lo siento de verdad.

Igual que tu belleza se fue y dejó un cuerpo sin alma, vacío. Mi cuerpo aunque está vivo, contigo se fue y por tanto mi alma y mi vida también.


 
 
 

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